Caletense vive en Múnich, tuvo una idea para afrontar los impactos culturales: “Cuidan mucho su privacidad pero en el lago están desnudos”
Miércoles 13 agosto 2025 – El idioma, las reglas, el carácter, el manejo de los tiempos, las exigencias laborales y la relación con el cuerpo, son algunos de los choques culturales que la impactaron, pero halló un camino para tender puentes: “Reduce prejuicios, promueve la integración, combate la soledad”
n un rincón de Múnich, las miradas de varios inmigrantes -muchos de ellos muy jóvenes- se cruzan por primera vez con los ojos profundos de personas mayores de origen alemán. La argentina, Lisi Brizuela, observa la escena conmovida. En algún momento ella misma fue una extranjera desorientada, con poco dominio del idioma local y un manojo de miedos a flor de piel. Mucha agua corrió desde su propia migración a Baviera, y si bien nunca dejó de sentirse del todo foránea, ahora ella está allí para ser puente.
Oriunda de la Patagonia, Lisi estudió Gobierno y Relaciones Internacionales en la capital argentina y siempre soñó con recorrer el mundo, aunque nunca imaginó vivir en Múnich, una ciudad a la que llegó por amor. Cuando desembarcó en 2013 descubrió que, para su formación, la mayoría de las oportunidades estaban en Berlín o Bonn, y que su falta de fluidez en alemán la alejaba aún más de las posibilidades. Los años de búsqueda y frustraciones se sumaron hasta que cierto día se dijo: `Si no me dejan trabajar como voluntaria ni me contratan en ONGs… voy a crear mi propia ONG y mis propios proyectos sociales”
Su primera iniciativa no funcionó, pero tras ajustar enfoques, se postuló a un programa para jóvenes emprendedores sociales, donde ayudan a transformar una idea en un proyecto. Fue entonces que en 2018 nació Das Hallo Projekt: “Una iniciativa para conectar personas mayores alemanas con extranjeros que quieran practicar alemán a través de eventos, como noches culturales donde se presenta un país, cocinar juntos, participar en juegos de mesa, excursiones o rondas de conversación. Todo en alemán, pero en un ambiente cálido y familiar que favorece el encuentro, reduce prejuicios y promueve la integración”, explica.
“Las personas mayores aprenden sobre otras culturas y generaciones, se sienten menos solas y ayudan a los extranjeros a mejorar su alemán. Es una situación en la que ambas partes ganan”, asegura Lisi, cuyas propias dificultades a su llegada a Alemania, la llevaron a comprender la importancia de ayudar y tender puentes.
Un amor, el camino hacia Baviera y la maravilla de llegar en verano: “Me siento muy afortunada”
En el radar de Lisi, Alemania emergió en el mapa a sus 17 años, cuando se postuló para un intercambio, que por un error administrativo la llevó finalmente a Bruselas. La experiencia inesperada le dejó un sabor dulce y una apertura hacia el mundo. Tal vez por ello, en sus años universitarios en Buenos Aires, estableció un contacto estrecho con un chico alemán, que había llegado por poco tiempo a la ciudad.
Unos meses más tarde, él decidió regresar para un intercambio en Buenos Aires. Durante su estadía de ocho meses nació el amor, que luego continuó por dos años a distancia: “En diciembre de 2012 me propuso matrimonio y, finalmente, después de recibirme en julio de 2013, me vine a Alemania. Era agosto y nos casamos en septiembre de ese mismo año”, cuenta Lisi emocionada.
En ese agosto de su llegada, el verano bávaro brotaba por doquier. Hoy, cuando recuerda aquellos días y habiendo vivido todas las estaciones, agradece haber arribado en la época estival, rodeada de alemanes cálidos y alegres, opuesto a su carácter en invierno: “Todo es más abierto y sociable y las ciudades tienen más vida”, asegura Lisi. “¡Y qué suerte que mi marido consiguió trabajo en Múnich! ¡Es una ciudad hermosa! Me siento muy afortunada de haber empezado mi vida en Alemania acá”.
Puntualidad alemana, cerveza, reglas y otros fuertes choques culturales: “La contradicción entre lo mucho que valoran la privacidad y lo relajados que son con el cuerpo”
En un comienzo, para Lisi los impactos culturales fueron fuertes y múltiples, aun a pesar de tener un esposo alemán: “Imaginate cómo es para alguien que llega completamente solo”, dice pensativa. El silencio en el transporte público, por ejemplo, le resultó un choque inesperado. Todos iban en silencio, leyendo o con auriculares, sin hablar: “¡no se escucha ni un alfiler!”.
A la famosa puntualidad alemana la intentó adoptar con esmero, pero le costó más de lo esperado. Lisi venía con la lógica porteña, donde los colectivos llegan cuando llegan, y a veces vienen incluso tres juntos. Por ello, al comienzo corría detrás de trenes y colectivos, que a veces partían un minuto más temprano: “Acá, `llegar a tiempo´ es llegar tarde. Los alemanes suelen llegar entre 5 y 15 minutos antes. Y si son personas mayores, ¡hasta 30 minutos! Después de tantos años ya se me pegó esa costumbre: hoy siempre llego antes a todos lados, incluso cuando me junto con amigos”.
La cerveza también trajo sus sorpresas, en especial en el sur de Alemania. No solo en el Oktoberfest, sino en las fiestas de los pueblos, Lisi se encontró ante un vaso estándar de cerveza, ¡de un litro!: “No lo podía creer, pero me acostumbré tanto que cuando veo un vaso de cerveza de menos de 500 ml me parece miniatura”, dice sonriente.
“En muchos países que visité las reglas se interpretan… pero no siempre se cumplen. En cambio, en Alemania hay un respeto impresionante por las normas, desde las cosas más grandes hasta los pequeños detalles”, continúa en relación a los impactos culturales. “Impresiona que en Alemania la comunicación es muy directa. Si hiciste algo mal, te lo dicen sin filtro, tal cual. No existe eso de `dar vueltas´ como en muchos países latinoamericanos o asiáticos, donde ser tan directo puede considerarse ofensivo y se prefiere una forma de comunicación más indirecta y cuidadosa”.
La cerveza también trajo sus sorpresas, en especial en el sur de Alemania. No solo en el Oktoberfest, sino en las fiestas de los pueblos, Lisi se encontró ante un vaso estándar de cerveza, ¡de un litro!: “No lo podía creer, pero me acostumbré tanto que cuando veo un vaso de cerveza de menos de 500 ml me parece miniatura”, dice sonriente.
“Una de las cosas que más me sorprendió (y me sigue sorprendiendo) es la contradicción entre lo mucho que valoran la privacidad y lo relajados que son con el cuerpo. Por ejemplo, son súper cuidadosos con sus datos personales: evitan compartir su número de teléfono, email o dirección si no es absolutamente necesario (por eso se sigue usando mucho la correspondencia en papel). Pero después vas a un parque o un lago y están completamente desnudos, sin ningún problema. Ya llevo doce años acá… ¡y todavía no lo entiendo!”.
“Si perdés el trabajo contás con seguro de desempleo y acceso a cursos para mejorar tus oportunidades laborales”
Para Lisi, la calidad de vida responde a un tema de prioridades personales de cada ser humano, sin embargo, en Múnich pudo respirar una atmósfera de bienestar desde el comienzo y para todos, en especial en relación a la seguridad, empleo, derechos y estabilidad.
A nivel laboral y de familia, los derechos la impactaron: descubrió que, después del período de prueba, es muy difícil ser despedido; que en caso de enfermedad prolongada, se sigue cobrando durante bastante tiempo, y que la maternidad conlleva muchos derechos: baja por maternidad con paga extensible, protección del puesto por varios años, entre otros beneficios.
“Y si perdés el trabajo contás con seguro de desempleo por un período largo, además de acceso a cursos y capacitaciones para mejorar tus oportunidades laborales”, continúa Lisi. “Y aunque hubo algo de inflación en los últimos años, no tiene comparación con lo que vivimos en Argentina”.
“En cuanto a la calidad humana, recuerdo que al principio pensaba que los alemanes eran raros: más fríos, distantes, poco sonrientes y muy estructurados. Pero entendí que no son raros, simplemente son distintos a nosotros. Cada país tiene su forma de educar, su estructura cultural y sus valores. Por ejemplo, cuando estuve de intercambio en una secundaria en Bélgica, como estudiantes teníamos turnos para limpiar el aula, el pizarrón, ordenar mesas y sillas, etc. No recuerdo que nos pidieran hacer eso en la escuela en Argentina. En Argentina tenemos muchas fechas patrias que nos enseñan y fortalecen el orgullo por nuestra identidad. En Alemania, y en muchos otros países europeos, eso no es común. No sienten orgullo nacional de la misma manera, y decir que estás orgulloso de ser alemán está mal visto, por razones históricas que todos entendemos”.
“Y por último, algo que noté mucho es la falta de flexibilidad. En Argentina, quizás por todas las crisis que pasamos, somos muy adaptables. Si el plan A falla, sacamos un plan B, C, D o Z sin problema. En Alemania, cuando el plan A no funciona, muchas veces no saben cómo seguir”.
“Quería que otros extranjeros tuvieran una experiencia mejor que la que yo tuve”
Hacer amigos alemanes no fue fácil. Para Lisi, el combo compuesto por diferencias culturales, clima, dificultad idiomática, hizo que los retos fueran duros. También pudo percibir cierta discriminación, aunque pocos hablen de ello. Y al principio, cuando quería practicar el alemán, le respondían en inglés. Sabía que era con buena intención, pero resultaba muy frustrante: “Sentís que tu alemán es tan malo que prefieren no escucharlo”.
Más complejo aun fue conseguir trabajo en su área, algo que incluía comprender las reglas y otra cultura laboral. Fue así que tuvo que atravesar varias fases y años difíciles hasta alcanzar una adaptación que trajo una nueva sensación: no pertenecer del todo a un solo lugar.
En un comienzo, a la par de su búsqueda, también quiso hacer trabajo voluntario en organizaciones sin fines de lucro para ayudar a la comunidad local, pero tampoco funcionó. Su título en Gobierno y Relaciones Internacionales no alcanzaba, y a pesar de ya dominar un nivel intermedio avanzado de la lengua, pedían un nivel muy alto de alemán: “La burocracia no ayudaba. Entonces intenté trabajar en ONGs, pero me rechazaban por no tener experiencia formal en el área. Ahí fue cuando dije `Si no me dejan trabajar como voluntaria ni me contratan en ONGs… voy a crear mi propia ONG´ Recuerdo que le dije a mi esposo: Si me aceptan en este programa, voy a dar todo, pero todo, para que esto funcione. Y si no funciona, al menos voy a poder decir que lo di todo”.
Los esfuerzos de Lisi rindieron sus frutos, su proyecto Das Hallo Projekt fue bienvenido y a partir de él, la vida de Lisi y de tantas otras personas, se transformó. Desde su creación en 2018 hasta la actualidad, ya han participado más de 3 mil personas de más de 67 países: “Mis dos primeras compañeras de equipo fueron argentinas: Paula Suárez y Aylen Siemienovich, que fueron las primeras en creer en mí y en el proyecto. Lo que comenzó como una simple idea se transformó en una ONG registrada: Leb Bunt e.V. (Vive la Diversidad)”.
“Creé esto porque quería que otros extranjeros tuvieran una experiencia mejor que la que yo tuve. Que pudieran practicar alemán después del trabajo, en un entorno cálido y con apoyo, conocer gente nueva y aprender más sobre la cultura alemana. Y, al mismo tiempo, quería ayudar a las personas mayores, que muchas veces sufren de soledad. Acá en Alemania no es como en Argentina, donde solemos tener una red familiar que acompaña y cuida”.
Fuente: Diario La Nacion